domingo, 3 de mayo de 2009

Crónica De Una Generación Cinéfila



Ignacio Ortega


Allá por los sesenta la gente llenaba las salas del cine para ver el Saura militante, Bergman, Berlanga o Fellini. Era, como siempre ha sido el cine, una ventana abierta a nuestros mundos imposibles, una mirada al pensamiento de otros, a sus imaginaciones y sus miedos, que también eran los nuestros. No se si fue primero el cine o la Biblia o El Quijote. No lo se, pero el cine estaba omnipresente en la vida de los pueblos donde nos refugiábamos como a morir.


Aquel cine de personajes que hacían películas de género, que es el mejor que se ha hecho nunca, ha desaparecido sustituido por estúpidos personajes con los que han crecido nuestros hijos, importados, como todo, desde el cine americano. Aquello era distinto. Bastaba que Bogart buscase pausadamente en su gabardina un cigarrillo para que todos incorporásemos bocanadas de humo a nuestras vidas sin crear alarma social.


Han pasado cincuenta años del estreno de aquellas emociones con el esplendor del technicolor al fondo del “gallinero” en “Sed de Mal, “La Dolce Vita” o “Los 400 golpes”, de “Vértigo” o “Plácido”, películas a las que dimos un hogar en tránsito de la mano desnuda de Rita Hayworth después de quitarse el guante, a la sensualidad sin ombligo de Silvana Mangano bailando el bayón en “Anna”, a LizTaylor en su apretado corsé de “La gata sobre el tejado de zinc” arrebujados luego, de noche, en el tálamo de la almohada poniendo rostro a nuestras aspiraciones y sus dificultades.


Eran nuestros amigos, nuestros mitos de las colinas de Hollywood y les tirábamos cerillas a las chicas lo mismo que Humphrey a Lauren Bacall. Todos nos parecían grandes dominando los mecanismos, el ritmo y el clima del cine negro, la comedia o el drama.


Ahora el piercing ha sustituido a la estética y en las puertas del Festival de Málaga las adolescentes esperan horas dispuestas a pegar alaridos a la mínima que atisban a los personajes de sus shows televisivos; ya no se come para ir al cine, se va al cine para comer paquetones de palomitas, los superrefrescos, los cacahuetes.


El Chat y el móvil es el nuevo destino que moldea ahora con cera los sueños de la chiquillería, y en la retina absorben, sangre arriba, violencia y sexo. Esta generación diría que puede vivir muy bien sin ver La familia Savages o Wonderful Town, ni amar la mirada de Aishwarya Rai o Zeta-Jones como hace cincuenta años nos recreábamos en los ojos de un lejano rumor salvaje de Gloria Swanson o la infinita dulzura de Joan Crawford con las que aprendimos a enamorarnos, prendidas en la cabecera de nuestras camas, en vez del sangrante corazón de Jesús que predicaban los curas . Por eso a los que amamos el cine, como el protagonsita Rick Blaine dijo a su amante Ilsa Lund, We'll always have Paris» “siempre nos quedará Paris” taconeando en nuestras vidas como tabla de salvación. Entonces había materia para los sueños». (Hans Mayer)

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